Impecable en lo visual, en la construcción narrativa y en la puesta en escena; pulcra y lacónica como su personaje; cerebral en su intención de trabajar con los dobles, los opuestos y los espejos, e imaginativa en la concepción de sus mejores secuencias, Enemigos públicos es una obra que mantiene el interés y produce deleite, pero difícilmente emociona. La minuciosidad estilística de Michael Mann predomina en el retrato del último año de la vida de John Dillinger -el de la vertiginosa trayectoria delictiva que lo convirtió en figura popular y "enemigo público número 1"-, que quiere ser también el retrato de su contexto histórico. Es la época de la Depresión, de Bonnie & Clyde y de Ma Barker y también el tiempo en que el FBI se consolida como la gran fuerza de policía nacional y el crimen se organiza. Duro y sentimental, Dillinger es -según el film- el gánster independiente que prolonga cierta tradición. Como tal, desafía a la ley pero también es visto con recelo por los futuros mafiosos capitalistas. Su carisma y su modus operandi (robaba a los bancos, no a los clientes), sumados a la desconfianza y el rencor que inspiraban las instituciones financieras en la gente tras la pérdida de sus ahorros (puede hallarse aquí cierta resonancia actual), le valieron la simpatía popular: un fenómeno cultural que el film menciona pero no transmite.
Calificación: MUY BUENA
Calificación: MUY BUENA
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